Luego de varios meses de debate, el miércoles 8 de agosto la Cámara de Senadores de Argentina votó el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Fue rechazado pero no apagó nada; más bien encendió todo.
La media sanción que dio la Cámara de Diputados en julio sembró esperanza entre quienes estamos a favor de la legalización del aborto, pese a que los números mostraron siempre una desventaja difícil de sortear en el Senado. En los 55 días que hubo entre el voto a favor de Diputados y el voto en contra de Senadores, las campañas se intensificaron en las calles, los medios de comunicación y las redes sociales.
De un lado crecieron las presiones de las iglesias (en especial las evangélicas y la Católica) y los sectores más conservadores del poder político sobre los legisladores, con solicitadas en los diarios, carteles en la vía pública y homilías dirigidas personalmente a los senadores de cada provincia.
Del otro lado, los pañuelazos verdes -símbolo de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito- se multiplicaron y replicaron en decenas de ciudades. Artistas, periodistas, académicos, profesionales de todas las disciplinas y hasta personalidades de la cultura internacional (un tuit de Susan Sarandon, una carta abierta de Margaret Atwood) se expresaron a favor. “El mundo los está mirando”, advirtió al Senado Amnistía Internacional desde la contratapa del New York Times con la imagen, clarísima y oscura a la vez, de una percha que decía “adiós”.
Marea verde
Durante las más de 12 horas que duró el debate volvimos a escuchar argumentos nefastos, que mostraron que muchos de nuestros representantes (en su mayoría hombres de más de 50 años) no pudieron siquiera hacer el ejercicio de separarse de sus creencias religiosas personales y le dieron la espalda a un movimiento político transversal y transgeneracional que está haciendo Historia.
Afuera del Congreso, la marea verde se extendió una vez más en las calles y plazas en todo el país. Pañuelos, glitter, selfies, tambores, carteles, consignas. “Un movimiento hermoso derrochando política y futuro”, como dijo alguien en un muro de Facebook. Fuimos cientos de miles apoyando una ley que nos permite dejar de ser ciudadanas de segunda y no ser criminalizadas por decidir romper con el mandato de la maternidad.
Ya en la madrugada del jueves, los pronósticos fueron ciertos y esos números finalmente permanecieron inmóviles: la ley fue rechazada por una mayoría de 38 votos en contra. Las lágrimas duraron un instante y rápidamente se transformaron en abrazos, palabras de aliento, salto, baile y cantos. Nos tocaba, esta vez en un escenario adverso, reconocer que eso que decíamos como arenga es una realidad: el aborto dejó de ser un tabú, interpeló efectivamente a la sociedad, y el movimiento que se gestó a favor del aborto legal, seguro y gratuito no tiene retroceso. «Hemos agenciado una ciudadanía que no tiene vuelta atrás», como dijo Diana Maffía en el Senado. El rechazo sólo nos empuja a redoblar la apuesta hasta sea que sea ley.
El pañuelo verde de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito como símbolo de la lucha se multiplicó en los países latinoamericanos, en algunos tiñéndose de otros colores, pero señalando lo mismo: aquí estamos, estas somos las que luchamos para poder decidir libremente sobre nuestros cuerpos. Una nueva instancia de debate parlamentario podrá darse recién después de octubre de 2019, cuando se renueve más de la mitad de las bancas de Diputados y un tercio de las del Senado en las elecciones legislativas. Mientras tanto, las mujeres seguirán muriendo en la ilegalidad, y el movimiento feminista deberá hacer sus redes más fuertes y más extensas, para acompañar y para sostener. Más temprano que tarde, veremos a la marea cubriéndolo todo. La lucha continúa. El patriarcado se va a caer.